Un joven sirio, técnico anestesista, tras su tiempo de servicio militar, de ver verdaderas barbaridades en el quirófano, de oír noticias falsas, apoyadas en declaraciones forzadas de presos obtenidas mediante tortura o a cambio de libertad, regresa a casa. La madre lo recibe: "¡Gracias a Dios por tu vuelta y salud!"
Tiempo después, una noche asiste a un caso de urgencia en el precario hospital de campaña oculto en un sótano. Se trata de un joven de su edad, herido de un balazo en un ojo y otro en la tripa. No consiguen salvarlo. Este chico es un familiar con su mismo nombre y apellidos, que han confundido con él. La madre, angustiada: "Tienes que salir de aquí".
Provisto solo de su pasaporte, de su título universitario y de unas prendas de ropa ensangrentadas durante la decena de operaciones diarias que venían realizando, cambia de casa una y otra vez y habiendo cruzado montañas durante días y días, por fin alcanzó la frontera de Líbano, desde donde, ayudado desde España por una prima suya, logró reunirse con ella. Su prima recuerda que él lloraba por la noche, gritaba, no recordaba nada y se sentía perdido y sin sentido lejos de su familia. Lo aterrorizaba en la calle cualquier uniforme, aunque fueran de personal de limpieza o de cualquier otro trabajo. Ella le aconsejó que se expresara, que verbalizara: "Os tengo miedo", y vería lo simpática que es la gente. Así lo hizo y su vida fue normalizándose. Se propuso aprender castellano, y en cuanto pudo, se compró un método, que estudió a fondo. Consiguió una beca y se matriculó en Medicina, pero ahí topó con la dura burocracia que no le convalidó su título, y que le obligó a dar marcha atrás, a examinarse de Selectividad en castellano, que aprobó, y a reiniciar la carrera desde cero.
Denuncia la inhumanidad del sistema, pero agradece de corazón la sensibilidad de las personas que lo han socorrido en España, animado, ofrecido su hospitalidad, especialmente la de un profesor que, desinteresadamente, le ha dado "techo, comida y calor" en el seno de su propia familia.
Recuerda con dolor que en 2013 se dejaron las fronteras abiertas, y llegaron a Siria muchos extranjeros para hacer el yihad. Las fuerzas yihadistas, ISIS, proliferó. No llegaban medicamentos, pero sí armas o dinero para comprarlas. Nos recuerda que Turquía hace negocio vendiendo chalecos, permitiendo salir, alentando la esperanza de que en Europa se necesita mano de obra, porque la demografía es baja. El destino soñado es en el norte: se sabe que en España ya hay muchos latinos y africanos.
Un palestino refugiado en un campo sirio, tras sufrir los ataques duros, brutales, del régimen, que causaron la muerte a muchos amigos, consiguió llegar a Turquía, donde pasó un tiempo ganándose la vida como profesor de inglés. Desde allí, consiguió llegar a España, pero, agotados los seis meses de acogida, se vio viviendo en la calle, sin ayuda oficial alguna. Reconoce que ni el sistema ni el gobierno son buenos, pero sí la sociedad española, que le da muestras de solidaridad.
En la distancia sufre porque él está bien, pero quienes quedaron en Siria no lo están: viven en campos de desplazados, hay más de trescientos mil detenidos desaparecidos; sufren bombardeos, tortura en las cárceles... muerte. Es un verdadero genocidio a los ojos del mundo, que no quiere verlo, que se niega a actuar. Insiste: "Nos sentimos muy solos, abandonados por el mundo".
"Algunos de mis familiares siguen allí y yo no quiero poner en riesgo sus vidas", afirma otro joven sirio, tímido, que lleva cuatro años en España y recuerda cómo sufrió bullying en su adolescencia; cómo fue testigo de las manifestaciones populares de 2011 y del estallido de la guerra; cómo vivió la falta de seguridad, de electricidad, de internet. Sus padres murieron y él vivía aislado en compañía de su gato. No pensaba en el futuro, sentía que enloquecía. Fue muy difícil separarse de su gato, pero tenía que salir de allí cuando le llegó la carta de invitación de un tío suyo y pudo conseguir el visado para trabajar en España dos años. En Líbano, en Egipto, desconfiaban de la validez del documento, y el miedo le duró hasta que, al llegar, el funcionario español le dijo: "Bienvenido a España".
No se lo creía cuando pasaban los días y no caían bombas, y fue consciente de que no había riesgo de daño, de secuestro. Oía los pájaros, el viento, veía el jardín. Aquí aprendió a amar la vida, la tolerancia, a ser amable, a apreciar que podía hacer lo que quisiera sin importar la raza ni el origen, sino la manera de tratar a la gente. Se sintió por primera vez en su vida aceptado por cómo es, por lo que aporta.
IMAGEN: https://colectivoutopialapalabra.blogspot.com.es/2018/02/estado-espanol-charla-siria-una.html |
Habló también Naomí Ramírez, doctora en Estudios árabes islámicos, que lleva tiempo acercándonos el drama de Siria con lo que ella sabe hacer: traducir. Desde julio de 2011, cuelga traducciones de textos, vídeos e imágenes de la revolución siria, en su blog "Traducciones de la revolución siria".
Leyó fragmentos de una obra que ha traducido, "El caparazón" de Mustafá Khalifa, que nos pusieron los pelos de punta por la crueldad del trato que el propio Khalifa sufrió en la cárcel de Tadmur.
Coordinaba la charla-debate Álvaro Zamarreño, periodista de la SER, sensibilizado con todo lo que ocurre en Siria desde hace siete años, avergonzado de que nos encontremos nuevamente en una mesa redonda sobre esa guerra.
Zamarreño denuncia que el régimen sirio está separado de la gente, con una actuación criminal, porque teme el cambio, teme la pérdida de poder que habría supuesto acceder a las reivindicaciones de democracia de la primavera árabe. Denuncia que resulte tan fácil matar a cientos de miles de personas. Poco a poco. Al parecer, la cadencia de muertos de unos ciento cincuenta al día, es una cifra que el mundo puede aceptar sin escandalizarse, sin reaccionar.
Sin embargo, Ramírez recuerda a su vez que en 2013, llegaron a matar a más de mil trescientas personas con bombas químicas, ante lo que sí hubo una postura de condena, lo que ocasionó que ese mismo año la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) fuera galardonada con el Premio Nobel de la Paz, máximo reconocimiento a su importante labor en ayudar a la destrucción de estas armas en la guerra civil siria. Labor que fue vana, porque se sabe que siguen utilizando este tipo de armas. El mundo no quiere armas químicas, pero sí las madres: sobrecoge que prefieran que sus hijos mueran por este medio, que al menos deja los cadáveres enteros.
Los tres sirios que habían intervenido expresan lo mismo: se sienten perdidos, desesperados respecto a la guerra, sin saber a qué atenerse, con la incertidumbre de qué va a pasar. Cada uno en algún momento de su intervención dice que en España se sienten escuchados, que la gente es generosa actuando, contribuyendo, pero el gobierno no.
Y claman:
¿Qué pasa con las voces que pedían justicia para Siria en 2011?
¿Por qué no se escucha a los periodistas? ¿Por qué muchos medios de comunicación no informan de lo que sucede? Ya no se habla de refugiados. Están en Afganistán, Turkía, Pakistán, Líbano... en las puertas insolidarias de Europa. Solo se habla de ISIS, no de la gente que quiere democracia, libertad. No del régimen que lo impide y reprime, con el ejército, con los aviones, con el apoyo ruso que bombardea civiles, y con los intereses de Estados Unidos.
¿Por qué no dicen nada los sindicatos, las organizaciones de izquierda, ante una brutal represión que se inició por la represión a quienes en manifestación con ramas de olivo pedían libertad, justicia, democracia? Con su inacción, están apoyando el genocidio de Al-Assad.
A los tres los atormenta que no haya ninguna declaración cuando se dan ataques con cloro, como si no pasara nada. Parece una confabulación. Bashar Al-Assad ha amenazado con mandar terroristas a la profundidad de Europa.
Parece que Bashar Al-Assad ha ganado.
Visita de Basser Al-Assad a España en 2010 |
AAPS (la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio) está haciendo lo que puede, por ejemplo con las tres ediciones de Corre por Siria en Madrid y las dos en Santander, que dan visibilidad al conflicto y sirven para recaudar dinero con el que se envían a los campos de desplazados en Siria contenedores de ayuda humanitaria que organizaciones de todo tipo recogen en múltiples puntos de España. Ya van noventa camiones cargados de humanidad. En unos meses en que la ONU ha denunciado que ninguna ONG está consiguiendo llevar ayuda humanitaria, la AAPS sí llega.
También apoyan a ciento veintitrés familias que necesitan ayuda. Cristina, de la Asociación, nos anima: "Podemos ayudaros a que os suméis. Todos tenemos cabida para hacer algo, aunque consideremos que no somos nadie, que no somos nada."
Asma, de quince años, está decidida a a correr con su hermano, empujando su silla de ruedas. A quienes le dicen que es mucho esfuerzo para una chica tan joven, les responde: "Si salí de Siria empujando esa silla, con mi hermano y todos nuestros enseres, ¿cómo no voy a poder recorrer estos cinco kilómetros? "
Se levanta frente a nosotros. Tímida, digna con su pañuelo y un papel en la mano, canta una preciosa canción siria, en su lengua, con voz débil, temblorosa. Una mujer la corea para animarla y entonces se unen todas las voces sirias que hay en la sala: no entendemos la letra, pero nos emocionan, porque transmiten ternura, nostalgia, el doloroso recuerdo de su patria lejana, bombardeada, olvidada del mundo.
Esto fue el 17 de febrero. A 1 de marzo el drama ha aumentado día a día: Guta Oriental destruída, muchos muertos más, denuncia de violaciones, treguas rotas, un frío siberiano en tiendas de campaña de campamentos de desplazados, de refugiados...
No hay comentarios:
Publicar un comentario